Ser o no ser: esa es la cuestión. ¿Qué enaltece más al espíritu: tolerar los golpes y dardos de la injuriosa Fortuna, o alzarse contra un mar de calamidades, y haciéndoles frente, acabar con ellas? Morir..., dormir,... nada más. Y suponer que con un sueño podemos poner fin al dolor en el corazón y a las mil conmociones naturales que la carne ha heredado... Este sería un final para anhelar devotamente. Morir..., dormir... ¡Dormir!... Tal vez soñar... Sí, ese es el incoveniente; porque necesariamente vacilamos ante los sueños que vendrán con ese sueño de muerte, una vez liberados del torbellino de la vida. Es este mismo pensamiento el que prolonga los días de infortunio. Porque ¿quién soportaría los azotes y los insultos de este mundo, los abusos del opresor, las afentas del soberbio, los tormentos de un amor desairado, la dilación de la justicia, la insolencia del poder y los desprecios que el paciente mérito recibe del indigno, cuando uno mismo podría encontrar la paz en...